Drogas

Drogas

No hay duda alguna que la química ganó por goleada a la física en el campo médico. Y no necesitó ni el V.A.R.

En algún momento de su historia, la Ciencia Médica decidió que los principios activos escondidos en las plantas, o sintetizados artificialmente en un laboratorio, eran la respuesta ideal a todo tipo de patologías.

También el público lo demandó así: la magia de la píldora de color, que esconde el secreto para resolver nuestros males, es irresistible.

La pastilla nos exonera de responsabilidad con nuestros cuerpos, nos cuida sin exigir sacrificio alguno, nos sana con sólo abrir la boca y tragar… es la versión dos punto cero del sacramento de la comunión: nos ahorra las catequesis, el trago de la confesión y los avemarías contritos. Una pasada.

Si usted no puede cagar, no se preocupe: tenemos laxantes.

Si usted no puede dormir, no se preocupe: tenemos somníferos.

Si usted no puede con su cuerpo, no se preocupe: tenemos analgésicos.

Así podrá seguir comiendo sin añadir nada de fibra a su dieta. Así podrá llegar al sueño profundo sin remordimientos de conciencia. Así podrá seguir «tirando palante» haciendo mucho más de lo que su cuerpo es capaz de aguantar.

Si tiene usted la tensión alta, los hipotensivos le ayudarán a no dejar la sal y a tomar todo el café que le dé la gana. Si en su última analítica le ha salido el azúcar un poco alta, esta pastilla le permitirá seguir disfrutando de las palmeras de chocolate… «¿Que no se le qué? Por favor, que está ya usted muy mayor para eso» (dos mil millones de cápsulas de viagra vendidas en todo el mundo al año).

¿Quién puede negarse a semejante milagro? ¿Qué loco rechazaría el elixir de la eterna juventud, la panacea, la ambrosía?

En los años 80, en Estados Unidos, los médicos recetaban opiáceos a diestro y siniestro para el dolor de cualquier tipo e índole.

Cuando las autoridades sanitarias cortaron el grifo (el estado americano no es muy dado a subvencionar la salud y las drogas de su pueblo) dejaron a miles y miles de personas con el mono. Personas decentes y trabajadoras, que pagaban sus impuestos escrupulosamente, se vieron abandonados por sus camellos de bata blanca de la noche al día.

La alternativa al síndrome de abstinencia la ofrecieron los distribuidores no oficiales, que dispensaban sin licencia, pero con auténticos licenciados en la calle.

La demanda superó con tantas creces a la oferta, que dejaron sin existencias a su vecino México, y tuvieron que acudir a donde Don Pablo, para abastecerse de mercancía y de argumentos para una serie de Netflix.

La mayor tragedia social de los últimos cuarenta años en Norteamérica no se gestó en cuevas siniestras de Afganistán, ni en las sempiternas (siempre vuelven) estafas piramidales de Wall Street. La mayor catástrofe del pueblo americano se tejió con la celulosa de los recetarios y la ignorancia y pasividad de sus gentes. Se cebó (como siempre también) con las clases bajas, sin recursos para la desintoxicación, y llevó a la desgracia a varias generaciones, y aún persiste en nuestros días.

Antes que los ofendidos preparen sus cócteles Molotov y vayan en busca de cruces verdes fluorescentes, recordarles que la química también ayuda no sólo a curar, sino a vivir a millones de personas: que no tienen tiroides, que tienen una depresión de caballo, que tienen una diabetes tipo 1, que tienen un cáncer, que tiene …

Aquí, lo que denunciamos, es el uso indiscriminado por parte de la sociedad (metámonos todos) de las drogas legales, que adormecen las conciencias pero llenan los estómagos y hacen defecar al más retorcido de los intestinos.

Denunciamos el abandono de la física como terapéutica por parte de las administraciones y de un amplio sector médico. Muchos de los cuales, nos tienen a nosotros, los fisioterapeutas, un poco más en estima que a los chamanes de las tribus amazónicas. Son los mismos que en los felices años 90 se les abría el culo con los representantes farmacéuticos y su maletín lleno de promesas incentivadas. Son los mismos que drogan sin reparo a la sociedad.

Porque ella se lo permite.

Porque ella se lo demanda.

A todos los que busquen otras respuestas, en el Centro de Fisioterapia Antonio Roldán, y en cualquier Centro de Fisioterapia del mundo os esperamos.