El mayor avance en la historia de la salud humana no se produjo con el desarrollo de la medicina. Tampoco con el uso de hierbas silvestres con poderes curativos, ni con ungüentos homeopáticos, ni con la aparición de la acupuntura ni la fisioterapia. Todas estas terapias quedan en nada comparándolas con el bienestar para la salud que ha contribuido un hecho tan simple como lavarse las manos después de llegar de la calle.
La higiene corporal, de los espacios públicos y privados, el cuidado de las aguas de uso doméstico, han aportado más a la supervivencia de la especie que todas las vacunas y penicilinas del mundo.
Limpiar, higienizar, desparasitar, desratizar, desinfectar…son los auténticos verbos que han logrado que el hombre haya superado ampliamente los 6.000 millones de ejemplares vivos en la Tierra.
Las lejías y los “Milagritos” son los grandes aliados del Hombre, sus mejores amigos…mucho más que los perros, que en su día trasmitían la rabia.
Puesto que el sexo masculino ha asumido durante generaciones el rol de búsqueda de alimento/caza/siembra/recolección de alimentos (más o menos), el papel femenino se ha asociado a la proliferación de la prole y defensa del espacio vital donde la familia/tribu poder medrar (ya sabemos que en la actualidad esto ya no es así, y que la mujer no sólo cuida y protege el territorio, sino que además, con la mano que le sobra, hace todo lo del hombre y deja libre el índice para seguir mandando al marío para lo que haga falta)…pero continuemos, que nos perdemos en disquisiciones que es mejor dejarlas tranquilas.
Pues como decíamos, la mujer no sólo protege el espacio de invasores macrobiológicos (yernos indeseables, nueras robadoras de hijos, representantes de enciclopedias, etc…), sino también microbiológicos, usease: bacterias, ácaros del polvo, mohos, hongos y las manchitas indetectables para el ojo masculino que se aposentan en la loza del wáter…todos ellos, agentes invisibles que amenazan la Salud Familiar. Y es por eso, que es a la mujer, a la que en el 95 por ciento de los casos, le huelen las manos a lejía, y es a ella, a quien se le iluminan los ojitos al contemplar la botella rosa fucsia que de tanto milagro deberían ya por lo menos beatificarla.
Y es también por esta misma razón, por estar en contacto continuo con la cáustica y los ácidos de estos productos químicos de forma continua, que a muchas mujeres terminan doliéndoles las manos y muñecas, y de aquí pasa el dolor a los brazos y al resto del cuerpo.
Sí, queridas pacientes, sí: al igual que deja una olla impecable el desengrasante, también nos “come” nuestra grasa (y no la del abdomen, sino la articular). Igual que el ácido y la cáustica “queman” y achicharran microorganismos, también destruyen la piel poco a poco de las manos, destruye sus articulaciones y las deforma, y también desde aquí pasa de forma tópica a la sangre, envenenándola sin remedio.
¿Por qué tantas profesionales de la limpieza terminan su vida laboral antes de tiempo, aquejadas de dolores articulares generales, diagnosticadas de fibromialgia o de cualquier otra poliartrosis? Porque se han llevado años envenenándose al no ponerse guantes (“es que es más difícil trabajar así”), o cuando se los han puesto, no han usado mascarillas y han seguido inhalando el producto a través de los pulmones (adonde llega también, y de qué manera, el torrente sanguíneo para oxigenarse).
Por eso: Viva La Lejía y Viva el Milagrito, y todos los productos de limpieza disponibles en el mercado… pero por favor, póngase guantes y mascarilla, por favor… así protegerá a los demás, pero también a usted.
Muchas gracias por cuidarse.
Este es un mensaje del Centro de Fisioterapia Antonio Roldán.